Es viernes y hace calor.
Llego a las 4:55 p.m. al centro de la Plaza de Tlaxcala, pero no hay nadie.
Me siento a esperar y un lavacoches se acerca a preguntarme la hora. Le contesto, y además le hago otra pregunta:
– Oye, ¿aquí es Tlaxcala, ¿verdad?
– Si, es Tlaxcala, ¿por qué?
– Porque vine a una marcha, y aquí decía el punto de reunión, pero no estaba seguro si era aquí.
– ¿Por eso está la policía aquí?
– Supongo. – Contesto. Y se marcha, curioso.
A las 5:15 comienzo a ver en la esquina de la plaza a más gente vestida de negro. No estoy tan seguro, pero me encamino para sentarme por ahí. Veo algunas caras conocidas y entonces no necesito preguntar, sé por qué estamos aquí, prefiero el silencio.
Para las 5:45 la esquina luce más llena. Hay medios digitales y tradicionales cubriendo la nota. Los periodistas se agrupan y la gente también. Llegan los representantes que convocaron a la marcha, que son integrantes de asociaciones LGBT.
Yo esta vez prefiero escuchar, ver y solo percibir lo que tienen para decir. Observo desde la periferia las coronas de flores. Leer el nombre de mi amiga en las cintas me parece irreal.
A esta hora, comienzan a hacer pronunciamientos ante los medios distintas personas a manera de rueda de prensa, las mujeres trans y familiares de otras compañeras que han sido asesinadas en el Estado están frente a las cámaras.
Los periodistas toman fotos, video y algunos hacen entrevistas personales. En una de estas entrevistas escucho la historia de la madre de Michelle, que hace dos años (cuando tenía diecisiete) fue asesinada por los “amigos” con los que salió de fiesta.
Esta historia no la conocía y me hiela la sangre, sobre todo cuando menciona que salió el jueves, pero ella no la encontró hasta el sábado en un lugar periférico de San Luis, cerca de la zona industrial. Pienso en mi madre, en la angustia de la incertidumbre y una lágrima brota, seguida de otras más, en silencio.
A las 6:15 por fin comenzamos a marchar. Cerca de ciento cincuenta personas vestidas de negro enfilan sobre una de las principales avenidas del Centro Histórico, para caminar hacia la Fiscalía General del Estado, que se encuentra sobre el mismo Eje Vial.
Comienzan a repartir veladoras e impresiones de una foto de Fabiola con la bandera trans y un moño negro. Sigo sin entender cómo apenas el domingo la vi y la saludé en un bar, estaba celebrando su cumpleaños.
De repente me doy cuenta que una foto que Fabis utilizaba para sus redes sociales, ahora la estoy levantando entre mis manos para exigir justicia por su muerte.
Fabiola, escucha, esta es tu lucha.
Bajo esta consigna grito, grito con todo lo que mis pulmones y mi garganta tienen para dar.
Grito para que escuchen los transeúntes que ven curiosos y confundidos como marchamos.
Grito y espero que alguien escuche. Que no está sola, que somos todxs.
Llegamos a la Fiscalía y en el espacio cerrado retumban más nuestras voces. El eco hace que las paredes vibren. Sobre las escaleras ponemos algunas veladoras y fotos de Fabiola.
El Fiscal baja personalmente y hace un acuerdo de generar un diálogo que solucione, pero al otro día; con menos personas y más calma.
Yo sé que no hay nada que regrese a la vida a Fabiola, o a Michelle, o a Jade. Pero me conforta saber que sus muertes no fueron en vano, que sirven para inspirar a que nos unamos como humanos, como comunidad para pedir que no nos maten por ser lo que somos.
Así que nos vamos, advirtiendo que estaremos vigilantes, y que, si no hay soluciones la próxima vez seremos el doble de personas.
Salimos de la Fiscalía y nos dirigimos al punto final de la marcha; en el Congreso del Estado.
Llegamos ahí a poner veladoras y más fotos. Irazamy y Vanessa dicen algunas palabras, mientras la gente observa curiosa. El turibus pasa por aquí, y tuvo que dar una maniobra para regresar, pero es imposible que los turistas no se den cuenta de lo que está pasando.
Ni cis, Ni trans, Ni una asesinada más.
Son las 8 p.m. y el sol comienza a caer, dándole un aspecto cinematográfico al Centro Histórico. Un dron observa los momentos finales de la marcha y se aleja como volando hacia ningún lugar.
Me siento cansado, adrenalítico y camino hacia el transporte público. Voy con un amigo, pero mis pensamientos están en otro lado.
No dejo de pensar en Fabiola, en las demás historias que escuché. Tengo una sensación de pesadez en el cuerpo al darme cuenta de que cosas terribles como esta, ocurren todos los días, y que es cuestión de tiempo para que la próxima mala noticia llegue.
Me subo al camión y esta sensación no me abandona. En el horizonte, el atardecer comienza a hacerse más ámbar, hasta desvanecerse y darle paso a la noche.
No me despido, siempre te llevaré en mi corazón y mis recuerdos.
Que tu muerte no sea en vano.